Yo tenia tres ángeles,
tenia tres luces,
los tres tocaron mi hombro
en hora trucada.
El primero,
era blanco como la nieve milenaria,
fino como escarcha de mi Agosto,
delicado como el ala de un libro.
Paseaba hermoso su gracia
tras dos luceros
que el paso le habrían
entre tanta ingenua mirada.
En su tiempo,
no hubo mas que su sonrisa,
pero en su adiós
ni un sabor;
porque corto fue su tiempo,
como nieve ante el sol.
Una noche,
no sentí su mano alejarse de mi hombro
porque me dormí ebrio de olvido,
solo susurros me enteraron
que sus estrellas
de un golpe se le vinieron,
la noche en que volaba
tras la felicidad.
Yo tenia dos ángeles,
tenia dos luces,
los dos tocaron mis manos
en hora derramada.
Cobrizo su color,
entrecortada su intención.
Era tierra sobre tierra,
lengua de llama
tratando de subir al cielo
antes de que la noche de los años
lo mirara.
Una noche desdeñada lo parió,
pero en ambrosía lo envolvió
para que la regara
en donde posara.
Conocía al tiempo,
y con el jugaba
las esperanzas de los abrazados
en su sonrisa.
De su tiempo,
solo piedras de un castillo,
letras en destiempo,
y el primer adiós.
Vi su mano dejar mi hombro,
una mañana sin dolor,
cuando tomo el cuchillo fácil
y rasjo la red que tejía,
como araña en huida
hacia nuevo rincón.
Yo tenia un ángel,
tenia una luz,
el toco mi corazón
en hora soñada.
Hijo de la noche estrellada
y un diáfano sol.
Su aroma emborrachaba,
su mirada, perdía.
Era dorado
como un sol en su cenit,
fuerte como garra de león
escondiendo un latido frágil,
como la hora del desencanto.
Hermoso hasta el núcleo,
de corteza lagrimosa
con ala quebrada,
y la libertad entre sus ojos.
De su tiempo,
la pasión,
las teorías del verbo,
y el primer latido.
No vi su mano
distanciarse de mi hombro,
ese atardecer,
solo desapareció como un demiurgo,
y en mi ojal una flor dejo.
No hubo adiós
solo un silencio,
como el de una noche estrellada
antes del sol.
Yo tenia tres ángeles,
tenia tres luces,
los tres dejaron mi hombro
en hora inesperada.
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